Friday 1 May 2020

lo escribí para Girls From Today, lo copio aquí para archivarlo bien y no perderlo.

ahora que esto se va acabando todo lo que había escrito me parece ridículo. está siendo como el final de un día muy muy largo, casi como despertar de un sueño que se emborrona un poco según más luz va entrando. la luz, se entiende, es el final de una pandemia mundial -y por tanto salir de casa- y el sueño, claramente son estos 50 días de cuarentena en la metáfora. antes de nada me gustaría aclarar que no voy a tratar ninguno de los grandes temas que nos atacan como humanidad estos días. no voy a hablar de política, ni de la muerte, ni de la enfermedad, ni de las prioridades y desigualdades sociales, ni de trump ni de injusticias. SÓLO VOY A HABLAR DE TONTERÍAS. cosas super pequeñitas e insignificantes. porque así lo he elegido. 
yo no acostumbro a odiar demasiadas cosas. ni personas, ni ciudades, ni hábitos, ni una marca de yogures u otra, ni siquiera la impuntualidad o la gente que se ríe muy alto en un bar. por supuesto hay cosas que no me gustan, ¡muchísimas! pero si no me gustan me dejan de interesar, y no les hago caso y eso acaba haciendo que en el fondo me den igual. yo soy consciente de que esto era genial, porque odiar cosas al final te pudre por dentro y nadie querría estar podrido en su interior por voluntad propia. pues bien. he perdido mi gran virtud. puede que hasta mi mejor virtud. la cuarentena me la ha arrebatado. la cuarentena me ha hecho detestar muchísimas cosas que antes me gustaban. cosas que antes no me importaban. actividades que antes disfrutaba e incluso actitudes de personas que antes me producían indiferencia.
el agua de mi casa sale amarilla. desde siempre. desde que me mudé en agosto. hay días que es más transparente y da gustito y otros en los que de verdad sospechas que sea apta para consumo humano. el edificio es muy antiguo y no hay que ser muy sherlock para saber que será por las tuberías viejas y roñosas. pero nunca me había quejado de ello, la verdad. no soy nada tiquismiquis y siendo agua de madrid doy por hecho que habrá pasado controles para que salga del grifo, y que tenga color raro es algo que ni me asusta ni me alarma. ... YA NO. AHORA ME MOLESTA. BASTANTE. en el día 34 de la cuarentena llamé al Canal de Isabel II. vino un hombre simpatiquísimo y bonachón, parecido físicamente a François Pignon de La cena de los idiotas (adjuntemos foto de Jaques Villeret para que podáis imaginarlo mejor
a comprobar el estado de todo. el portero parecía reacio pero al final nos llevó a los depósitos que están en el sótano. en el sótano había bastantes cucarachas muertas patas arriba por el suelo, pero nadie dijo nada así que yo tampoco porque me pareció que sería lo normal en un sótano. pero cuando entramos en la habitación de los depósitos nuestro querido Señor Pignon enfureció. "Esto no puede ser!!!" decía. "pero que esto es agua para beber!!!". los depósitos estaban llenos de polvo, óxido y guarrería. uno de ellos parecía más bien como agua estancada, que se genera en la parte de arriba una capita de color grisáseo. yo no sé nada de depósitos de agua, pero viendo a mi nuevo amigo señor Pignon indignado y sacando fotos para enviarlas a la central mientras murmuraba "ya verás no se lo van a creer" hizo que, con mi nueva personalidad de odiar a tope, yo también me indignase. ahora odio los depósitos de mi edificio por estar tan guarros y que nadie los cuide ni los limpie. aunque ni siquiera son la razón del color de mi agua. lo del agua amarilla es por las cañerías de la propia vivienda, así que le compete a mi casero. escribí a la de la agencia esa tarde para contarle todo ya que nunca se lo había comentado, y me dijo que mi casero había fallecido así que no era un buen momento. era un hombre muy anciano y le operaron de algo y el pobre murió en el hospital. y por esto no quería hablar de muerte pero el tema hizo su función de inmediato: poner las cosas en su sitio. así que aquí sigo, odiando mi agua amarilla pero sin quejarme.
no me ha estado ayudando nada ver lo genial que están otras personas pasando la cuarentena. no me ayuda ni su positivismo, ni el "un día más, un día menos", ni verles cocinar. por eso también decidí que en este texto no iba a centrarme en los momentos que me encuentro bien porque pienso que sería un rollo. "eh! lean lo feliz que soy! les va a encantar!". lo siento, andrea, si esto no está siendo lo que esperabas. 
hace no muchos años descubrí que no siento una gran pasión por la comida. yo creía que sí, que sin más, que me gustaba comer y que las cosas estuvieran ricas y eso, pero echar una hora en la cocina me parecía un malgasto de mi tiempo. fue gracias a mis amigos cercanos y esa ventana de instagram que el mundo me demostró que claramente no era una de mis prioridades ni de mis puntos fuertes. para empezar no tengo horno y mi nevera es tamaño hotel, con que haya hecho una sola "buena" compra de cosas que necesitan refrigerio ya no cierra la puerta y tengo que apretujar todo y eso no me gusta. sólo poseo una única olla y una sartén. ah, y una tetera y un microondas. aunque tampoco tendría el espacio para almacenar más cachivaches, no os voy a engañar, los vasos y las latas de atún comparten balda en el armario. ¿A qué viene todo esto? a que durante estos días muchísimas personas se están dedicando a elaborar platos cada vez más deliciosos y complejos porque por fin tienen el tiempo, e intuyo que les produce un placer incomparable cuando se lo comen porque lo han hecho ellos mismos con sus manos y sus sartenes y su encimera de madera llena de harina fresca. porque cocinar es genial! es felicidad a muy corto plazo! mientras yo empiezo a estar saturada  (perdóname carlotta del futuro por lo que voy a decir) de ensaladas de pasta, que vale sí me salen muy buenas pero desde luego no estoy evolucionando como chef, y eso me frustra y me enfada un ratito al día. casi todos los días.

también se me ha chafado la tarea de limpiar. me solía gustar limpiar. me relajaba. y tachar puntos de la lista de quehaceres me solía producir satisfacción. y levantarme pronto para que cundiera más el día me solía producir satisfacción. y beber cerveza. ahora me dura tanto una lata abierta que se me queda sin gas y asquerosa. también empecé a pensar que se me había roto la imaginación porque ya no soñaba cosas alejadas de la realidad. todavía me ocurre. todo lo que sueño tiene que ver con cosas que he visto, hablado u oído durante el día. en la gran mayoría de sueños, para empezar, estoy de cuarentena o algo muy similar. ya no hago actividades que jamás había hecho. pero sobre todo, por encima de cualquiera de las chorradas que os he contado lo que no le pienso perdonar a la cuarentena es haberme arrebatado el disfrutar de estar sola. la soledad no era algo malo ni me ponía triste. a veces, en la vida de antes, cuando pasaba todo un día sin hablar y de pronto salía por la noche y abría la boca por primera vez tenía la voz casi dormida, y me hacía gracia. y ahora lo aguanto cada vez peor. ojalá pudiera contaros más, pero ni puedo ni quiero

mañana es sábado 2 de mayo y me voy a despertar a las 6 de la mañana para ver la ciudad. esto, y todo lo anterior, es verdad. esta es nuestra última noche de verdadero confinamiento y estoy untándome queso en una rebanada de pan de molde para celebrarlo.