Sunday 28 July 2013

cuando comenzó el verano estaba casi segura de que todo iba a ser muy raro. lo decía una y otra vez, estaba cabezonamente convencida de que serían tiempos relativamente difíciles, sobre todo porque me daba la sensación de que tú no ibas a estar demasiados días y eso me ponía muy triste, incluso antes de que ocurriera. ya se sabe que las comparaciones son odiosas, y todo lo que vivimos hace un año me parecía insuperable en cuanto a gozo.
hoy llevamos ya 36 días de esta maravillosa estación. treinta y seis días que han empezado muy fuerte y que están acallando todos mis estúpidos pensamientos. treinta y seis días de calor en el aire, el suelo y la piel. treinta y seis días de pie, de nuevos cds y novísimas sensaciones. treinta y seis días de los cuales siete fueron en el norte haciendo de las cosas que más nos gustan, y los otros veintinueve haciendo la otra vida que más nos gusta. treinta y seis días de fruta y piscina diurna y nocturna. treinta y seis días cuyas noches suelen ser las verdaderas protagonistas, como siempre pasa con las agobiantes temperaturas de la ciudad (que a mí tanto me chiflan). treinta y seis días de los cuales escasos cuatro han sido en el FIB, pero parece que cada uno tuviera 40 horas. un FIB diferente, como lo son todos, pero este por algo más grande de lo que nadie esperábamos. un FIB al cual nos llevasteis como una familia lleva a sus hijos de vacaciones, y nosotros, como buenos críos que todavía sabemos ser, hemos exprimido cada minuto con toda nuestra energía y nuestra rabia. cuatro larguísimos días de gritos, pitos, saltos, patadas, afonismos y caramelos de miel, cuatro días de nino bravo encajando a la perfección con cualquier pinchadiscos de la plataforma, cuatro días de benilandia y botellas de agua sucia, de cervezas gratis y hielos derretidos. cuatro días repletos de momentos que ni caben en el pecho, de llorar, cuatro días de carcajadas tan grandes que ni reconoces tu propia risa, de traspieses y de bailes exóticos. cuatro días de besos entre caras cada vez menos desconocidas, sonrisas cada vez más cargadas y palabras cada vez más sinceras. cuatro días de cuidar unos de otros, de abrazarnos y acariciarnos el pelo... y además, además de todo esto, cuarenta y cinco putos minutos de veros encima de ese escenario cantando canciones que presencié componer. joder. joder, sí. se me ponen los pelos de punta.
mi hermano a veces me pregunta que por qué me gustan tanto los festivales. me vienen tantas palabras a la boca que no sé muy bien qué contestarle sin parecer imbécil. supongo que es de esas cosas que son más de vivir y no explicar. pero la combinación de personas y música en un mismo cocktail siempre me ha parecido sensacional.
sea como sea ya estamos de vuelta y tú ahora estás de ida. y estamos todos tan nostálgicos como si algo no fuera a volver, como si hubiéramos entregado esta pequeña parte de nuestra vida directamente al corazón y quisiéramos guardarla bajo llave como un tesoro más de nuestra juventud. como cuando llegamos a madrid y pusimos ocho veces seguidas la misma canción sabiendo que era la único que nos quedaba ya, esa idílica idea de que si la canción no termina, la historia no termina. y cuando pase más tiempo, más y más tiempo y volvamos a escuchar esa canción nos pondremos muy tristes y muy contentos a la vez. muy tristes porque ya no estaremos bailando en ese parking de arena roja ni tendremos veintipico años; pero muy contentos porque hubo un día que sí estuvimos allí, bailando encima del coche, y éramos felices. la hostia de felices.